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Botero de la A a la Z

Tantas historias ha vivido y tanto ha creado el maestro que hicimos un diccionario para recordarlo y conocerlo, sin que se nos escape nada. Celebre con nosotros y digámosle feliz cumpleaños de la A a la Z.

Los primeros dibujos de Botero eran figuras delgadas. Era un artista experimental, curioso, buscaba ser particular. No había nada de ese volumen que hace que una pintura suya o una escultura se le reconozca inmediatamente: es un Botero. El primer cuadro que vendió en su vida fue una acuarela. El joven artista hacía unas copias de un pintor español que se llamaba Carlos Ruano, aunque vender, dijo él mismo, era un decir. Él las llevó al almacén de Rafael Pérez y aunque pasaba casi todos los días a ver si se habían llevado alguna, solo a los seis meses pasó: pagaron dos pesos, que eran como dos dólares de la época. Un montón de dinero, diría él en una entrevista, casi riéndose. En 2018, la obra Adán y Eva, que tiene dos figuras de bronce de más de tres metros de altura, se subastó por 2.9 millones de dólares. Un montón de dinero, y lo puede decir cualquiera.

Santiago Londoño Vélez, investigador, curador y artista, lo define en tres adjetivos: erudito, sabio, un gozador de la vida extraordinario. Un hombre que pareciera de muchos contrastes. Santiago cuenta que el pintor y escultor antioqueño se ha distinguido por permitirse la soledad en su estudio para crear sus obras y trata de pintar tanto como pueda ahora que está vivo, “porque lo más triste de morirse es no poder pintar. Parece que no lo dejan pintar a uno allá arriba”, y por ser una persona tímida, también es de esos que celebra por lo alto, de los que les gusta disfrutar hasta lo más pequeño: “El buen vino, la buena comida, la música, los mariachis”.

Pasa tanto tiempo encerrado en su estudio, que necesita ese otro lado del contacto directo, “es una persona muy aterrizada porque sabe que la vida se acaba, entonces cada instante es de disfrute”. Fue un trayecto largo y caminado el que pasó para convertirse en uno de los artistas más aplaudidos de Colombia y el que goza de mayor reconocimiento internacional. Tuvo épocas personales difíciles, pero ya no quiso seguir sufriendo. “Su obra es, sobre todo, una celebración del gozo de vivir: del gusto de tocar, de ver, de la belleza de los colores y de la exaltación de los volúmenes”.

En el día de su cumpleaños, este un diccionario corto para recorrer la vida del maestro, honrar 88 años vividos a lo grande y decir, al unísono si nos acompañan, ¡Feliz cumpleaños, maestro!

Su obra es, sobre todo, una celebración del gozo de vivir: del gusto de tocar, de ver, de la belleza de los colores y de la exaltación de los volúmenes

Santiago Londoño Vélez

A bu Ghraib

"Quiero que estas pinturas sean el testimonio permanente de un crimen colosal"​

Luego de leer sobre los escandalosos abusos en la prisión de Abu Ghraib (Bagdad, Iraq), en donde personal militar estadounidense torturó a varios prisioneros de guerra, durante 14 meses Botero se obsesionó con dibujarlo: retrató el horror en 78 piezas. “Quiero que estas pinturas sean el testimonio permanente de un crimen colosal”, dijo en 2005 en la presentación de su primera exposición de esta serie en Roma. En esta producción mostró a las víctimas, algunas desnudas, maniatadas, encapuchadas, vendadas, apiladas en una pirámide humana, colgadas de una soga o amenazadas por perros. “Lo hice como una especie de testimonio. Claro, yo sé que no voy a cambiar nada, el arte no tiene ese poder, pero por lo menos he dado testimonio de lo que sucedió. No me pude quedar callado. El poder del arte es hacer recordar algo y espero que mi arte logre eso”, le contó a la revista Revolución en el estreno de la exposición Abu Gharib en la Universidad de Berkeley, California, 2007. No fue la primera vez que retrataba la violencia, había sucedido años antes con temas como Pablo Escobar y la época de los carrosbomba en Medellín. También con Abu Ghraib, el pintor recordó que su arte no era político, pero sí busca hacer memoria de hechos atroces, como lo hizo Picasso con su Guernica.

Quiero que estas pinturas sean el testimonio permanente de un crimen colosal.

B omba

"Quiero que la escultura quede como recuerdo de la imbecilidad y de la criminalidad de Colombia"​

El 10 de junio de 1995 volvió el horror a Medellín. En la escultura El Pájaro, ubicada en el Parque de San Antonio, fue ubicada una bomba de 10 kilos de dinamita que dejó 23 muertos y un centenar de heridos. “Era como herir el corazón de la ciudad”, dijo el año pasado Ana Piedad Jaramillo, exdirectora del Museo de Antioquia, en el documental Botero. Una mirada íntima a la vida y obra del maestro. El ave de bronce quedó despedazada y sus restos fueron dejados en el sitio por orden del maestro: “Quiero que la escultura quede como recuerdo de la imbecilidad y de la criminalidad de Colombia”, se leyó en un comunicado de esa época. Durante cinco años se mantuvo la escultura “Pájaro herido”, como se le empezó a nombrar, hasta que en 2000 el maestro le entregó a Medellín una réplica bautizada “El pájaro de la paz”, emplazada junto a la otra, que fue convertida en vestigio de la violencia. “Es de los pocos referentes que existen en el espacio público para la memoria de tantos problemas que ha tenido la ciudad. Esos pájaros son como un antimonumento o contramonumento en señal de lo que pasó”, cuenta el investigador Juan Camilo Castaño, curador asistente del Museo de Antioquia.

Quiero que la escultura quede como recuerdo de la imbecilidad y de la criminalidad de Colombia

C amera degli Sposi

En 1958, aunque era común que artistas internacionales hicieran sus interpretaciones de autores que admiraban o estudiaban, en Colombia no era muy usual y fue Fernando Botero quien se atrevió a hacerlo, cuenta Christian Padilla, crítico de arte, docente y autor del libro Fernando Botero. La búsqueda del estilo: 1949 – 1963. Inspirado por el Renacimiento creó su primera interpretación de la Camera degli Sposi, basado en el original de Andrea Mantegna. La presentó en el Salón Nacional de Artistas y el jurado la tomó como una “caricatura o una burla”, por lo que fue descartada.

Al enterarse de la noticia, la crítica de arte Marta Traba llamó la atención del jurado por su negativa ante Botero. Poco después, “la obra pasa de ser rechazada a ganarse el Salón”, dice Padilla. En la pieza se mezclaba una estética nueva que tenía un poco de Francis Bacon y José Luis Cuevas, “era una pintura mucho más globalizada y representó una ruptura, algo por fin nuevo después del muralismo mexicano en Colombia”.

Es considerada una de las obras fundamentales en su carrera, “por la consolidación de su lenguaje particular. Botero logra una cohesión de todos los elementos imprescindibles en lo que para él es una pintura buena”, comenta Juan Camilo Castaño. Dice que allí se unieron elementos como la composición, el manejo del color y la relación entre los personajes. En 2018, el Museo Nacional trajo a Colombia la segunda versión que Botero creó de la pieza como un préstamo del Hirshhorn Museum de Washington. La trajeron en un avión especial para que hiciera parte de una exposición de sus primeras obras, el problema fue que no se podía sacar del bastidor y por eso fue tan complejo su transporte. La ganadora del Salón Nacional de Artistas se vendió y se perdió, aún se desconoce su paradero.

Camera degli Sposi (Homenaje a Mantegna) II , 1961 en la exposición El joven maestro. Botero, obra temprana (1948-1963). Foto: Colprensa

D onaciones

"Le dije a Juan Gómez: ‘Si tumbas toda esta manzana yo te regalo 25 esculturas’, y me dijo: ‘ya mismo’ "​

El maestro ha donado más de 400 obras a instituciones públicas colombianas. En 2000 entregó 208 al Banco de la República y esa fue la primera piedra para fundar el Museo Botero en La Candelaria, en el centro de Bogotá. Entre esas piezas incluyó 123 hechas por él y 85 de diferentes artistas. Otro de sus grandes benefactores ha sido el Museo de Antioquia y así recordó el proceso de su primera gran donación a esa institución en una entrevista para EL COLOMBIANO, que hizo parte del proyecto Visionarios el año pasado. “Cuando decidí regalarla (parte de su colección) estaba en México y dije: ‘Esto lo debería ver todo el mundo’, así que le conté a Sofía y ella me dijo, ‘fantástico’. Debo decir que primero se la ofrecí a Medellín y no me pararon bolas, me respondieron diciendo que no tenían espacio y que parecía que se iba a liberar la Licorera de Caldas, pero que había que esperar. En ese momento envié la carta al Banco de la República y me respondieron de inmediato (…). En el momento en que pensaban mandar para Caldas la donación, Juan Gómez Martínez fue una maravilla, porque él, inmediatamente, fue a París con otras personas. Me dijeron que cómo era que los iba a dejar sin cuadros, que no donara nada a Bogotá. Les respondí que no podía porque me había comprometido, pero les dije que les regalaba otros cuadros. Ahí nació la idea de crear el Museo y de que nos dieran el Palacio Municipal. Fue un proceso muy bonito. Le dije a Juan Gómez: ‘Si tumbas toda esta manzana yo te regalo 25 esculturas’, y me dijo: ‘ya mismo’”. La primera donación que hizo a este Museo fue el Exvoto, en 1974. “Por esa época entregué las obras que hoy ocupan la sala Pedrito Botero”, cuenta.

Le dije a Juan Gómez: ‘Si tumbas toda esta manzana yo te regalo 25 esculturas’, y me dijo: ‘ya mismo’

E l Colombiano

El primer trabajo que tuvo Fernando fue en 1948, a sus 17 años, en este periódico, haciendo ilustraciones en el Suplemento literario. Le dijo a J. Mejía Mejía, director de la separata, columnista y amigo del poeta Ciro Mendía: “Mire, yo soy pintor y quiero ser ilustrador del periódico. Me dijo, aquí hay un poema de Mendía, mira a ver cómo lo ilustra. Hice un dibujo y Jota me dijo, está bien, está bueno, te lo publico”. Ese mismo año realizó su primera exhibición conjunta en Medellín, Exposición de Pintores Antioqueños, donde presentó dos óleos.

En esta casa editorial Botero escribió dos artículos. El 17 de julio de 1949, Picasso y la inconformidad del arte, en el que se refirió al cubismo como fin del individualismo en la sociedad contemporánea. Por sus ilustraciones consideradas “obscenas” y este artículo, lo echaron del Colegio Bolivariano (actual Universidad Pontificia Bolivariana). “La mamá le dijo, usted qué va a hacer, y ahí fue donde decidió dedicarse a ser artista. El 7 de agosto de 1949 publicó otro artículo, Anatomía de una locura, un asunto relacionado con Dalí y el surrealismo. Era un texto muy indigesto, pero es que era escrito por un muchacho de 17 años”, relata el investigador, curador, artista y crítico de arte Santiago Londoño Vélez.

La pintura y el muralismo mexicano tuvo gran influencia mundial, en especial en América Latina. Botero no fue ajeno a esa herencia. Foto: Archivo

F lorencia

"Su estadía en Italia significó sus años de formación en el arte renacentista y de ahí le queda un gran aprecio por él"​

Botero tuvo una juventud humilde, cuenta Padilla. Su oportunidad de ir a Europa y estudiar por fuera se la ganó a los 19, tras ganar el segundo puesto en el Salón Nacional de Artistas de 1952 con Frente al Mar. “Él quería ir a Europa con la intención de vivir en Francia, conocer el arte moderno y todo lo que estuviera al orden del día”. Visita el Louvre, pero se decepciona de ese tipo de arte, no se conecta con ese estilo. El plan termina siendo que se queda en Francia de paso y llega a Italia, un país que aún es de los más importantes en su vida profesional y personal. En Florencia se topa de frente con el arte del Renacimiento, que lo fascinaría e inspiraría en su búsqueda como artista. “Su estadía en Italia significó sus años de formación en el arte renacentista y de ahí le queda un gran aprecio por él”, aporta Nydia Gutiérrez. “Italia es una especie de hogar intelectual para él”. Una de sus casas es Pietrasanta, a un poco más de una hora de Florencia. Allí suele compartir cada año una reunión familiar que vuelve a juntar bajo el calor veraniego a sus hijos y nietos.

Su estadía en Italia significó sus años de formación en el arte renacentista y de ahí le queda un gran aprecio por él

Nydia Gutiérrez.

G ato

En 2012, Botero entregó su escultura de El gato a la comunidad de San Cristóbal. Esa pieza habita en el parque biblioteca que lleva el mismo nombre que su escultor. “Se hizo muy famoso porque cada rato le robaban los bigotes”, apunta Santiago Londoño Vélez, investigador, curador, artista y crítico de arte. Eran siete varillas a cada lado de su rostro de siete centímetros de largo. “A Botero le parecía muy simpático que la gente se robara los bigotes porque es una varillita de bronce atornillada, y lo último que tuvieron que soldar”. No es la única vez que eso le ha sucedido a una obra del maestro antioqueño, también ocurrió con un espejo de una de la esculturas de la Plaza Botero, “luego la encontraron en una chatarrería y la tuvieron que volver a soldar”

H ombre a caballo

En 2012, Botero entregó su escultura de El gato a la comunidad de San Cristóbal. Esa pieza habita en el parque biblioteca Ha hecho muchas piezas retratando al animal y su jinete. Es casi una impronta de Botero que se ha explicado como un símbolo paterno.”Ha hecho una cantidad enorme de esculturas, dibujos y pinturas de hombres a caballo. Es un ícono finalmente visto desde la perspectiva de un niño de cuatro años que ve a su padre montado en una mula”, explica Santiago Londoño Vélez, autor de los libros Botero, la invención de una estética (2003) y Botero, 80 años (2013).

I ncansable


En el documental de Don Miller, Botero. Una mirada íntima a la vida y obra del maestro (2019), se ve al pintor entusiasta mientras toma el pincel como si fuera la primera vez. Lina, su hija, contó que cuando su padre entra a su estudio parece como si tuviera 10 años menos, porque es un apasionado con lo que hace.

Esa pasión se refleja en la disciplina y la entrega diaria por el arte. En múltiples ocasiones ha contado que pintar es el oxígeno de su vida y por ello ha cultivado una obra prolífica y dichosa. En 2012 el maestro se lo dijo a este periódico: “Me siento afortunado de haber conocido en vida el éxito que he tenido. Total que no le puedo pedir más a la vida, lo único que espero es vivir bastantes años para poder seguir pintando, porque lo más triste de morirse es no poder pintar”.

Acompañado de su hija Lina, en una fotografía cortesía del documental Botero. Una mirada íntima a la vida y obra del maestro.

Jesús

Aunque Botero no es religioso (se ha declarado agnóstico), la herencia antioqueña lo ha acercado al catolicismo y por eso ha retratado en diferentes momentos de su obra a Jesús, como parte de las tradiciones de los pueblos (también a los diablitos, como una representación del miedo). En su obra Viacrucis, la Pasión de Cristo hace una interpretación de la narración cristiana tal y como lo hicieron otros maestros del arte: “Según el propio Botero, ‘la historia del arte es la historia de aquellos que han representado posiciones muy fuertes’. Y en un acto de coherencia consigo mismo, él demuestra admiración por aquellos que así lo han hecho”, comenta Conrado Uribe, autor de un ensayo preparado para la exhibición en Medellín.

En su caso, su versión libre se encuentra, por ejemplo, en el color verde con el que pinta a Jesús. Según ha dicho, es la pintura la que le va diciendo el tono que necesita, no al revés. “Para pintar uno pone un color y ese color le sugiere otro color y esos dos le sugieren el tercero. No tiene que haber ese respeto. Los pintores dicen color carne, suena horrible, pero es así, y hay tubos que dicen color carne, que es aún más extravagante, entonces lo que hago es lo que el color me va diciendo”, dijo a este diario en 2012. También en elementos que están en Medellín. Nydia Gutiérrez lo explicó en ese año así: “Hay una cosa tan bonita que él ha hecho siempre, y lo interesante es que lo está haciendo desde los años 60: vincular los temas, en este caso el Viacrucis, a Medellín, a Antioquia. Entonces hay una imagen de los soldados que hieren a Cristo, que están como dos policías de aquí. Y el emplazamiento de las escenas es en callecitas de esa Medellín que él tiene en sus recuerdos”.

Burj K halifa

Sus esculturas han viajado por todo el mundo. A los pies del inmenso Burj Khalifa de 163 pisos en Dubái se para firme uno de los caballos de Fernando Botero. En Cartagena reposa su Mujer recostada, o Gertrudis, quien habita en la Plaza Santo Domingo. Botero también hace presencia en Londres, donde se ubica La Venus, muy cerca de la estación de Liverpool Street. En la Rambla del Raval de Barcelona vive otro de sus gatos, en Madrid se extiende hacia arriba una de sus manos de bronce, mientras en Singapur se para uno de sus pájaros. Sus exposiciones han pasado por Hong Kong. “A principios de la década de los 90 se vuelve un artista de grandes plazas del mundo, expone en Nueva York, en la Gran Avenida de Madrid, en los Campos Eliseos, en el Palacio de Florencia y en la Plaza de la Señoría. Hay un año en que hace cinco exposiciones en Alemania, que son fundamentales para él por el reconocimiento”, cuenta el investigador Juan Camilo Castaño.

L iceo de la Universidad de Antioquia

De los 6 a los 11 años (1938-1943) estudió primaria en el Colegio Ateneo Antioqueño. En 1944, a los 12 años, su hermano mayor, Juan David, le regaló una caja de colores al óleo. En este mismo año, su tío Joaquín Angulo lo inscribió en la escuela de torero Gabriel Arango, ubicada en la Plaza de Toros La Macarena. De esta época se conoce una acuarela incipiente de un torero. Cursó bachillerato en el Colegio Bolivariano, del que fue expulsado por sus ilustraciones y textos escritos en El Colombiano. “Mire, esos dibujos pornográficos que está haciendo no me gustan, me advirtió (el cura Henao). Tiene que cambiar eso”. No lo cambió y lo sacaron. Terminó su educación en el Liceo de la Universidad de Antioquia (hoy Paraninfo), donde conoció a Gonzálo Arango. Esos fueron los únicos estudios que culminó Fernando Botero.

M ujer llorando

Señala Santiago Londoño Vélez que esta acuarela de 1949 es muy importante porque demuestra una gran deformación de la figura y hace énfasis en los volúmenes, mucho antes de su estilo monumental. Además, hay un poder simbólico: “En mi opinión esa obra tiene un vínculo autobiográfico porque su papá murió de un infarto fulminante cuando él tenía cuatro años y medio. Su mamá quedó con tres hijos: el mayor, Juan David; Fernando, y en embarazo del menor, Rodrigo. Por eso hay muchas versiones de la Mujer llorando, como el vínculo en el Viacrucis con la madre de Dios al pie de la cruz. Es el recuerdo del luto de su mamá, doña Flora Angulo, llorando a su papá, don David Botero”.

N ueva York

A finales de los 50 y comienzos de los 60, artísticamente Nueva York era el lugar para estar y Botero coincidió en tiempo y lugar. Era “donde ocurría lo que a él le interesaba, era la capital del arte del mundo”, indica la curadora Nydia Gutiérrez. Antes de irse para allá, Botero tenía claro que si no salía del país su obra tendría una repercusión local, pero quizá no una global, “como sucedió con generaciones previas a él”, añade Padilla. Al llegar a esa meca del arte, entró en contacto con el expresionismo abstracto, con el arte de Jackson Pollock, y con el pop art, por otro lado. Botero fue experimentando con esas corrientes e incluso las adaptó a un contexto más colombiano. “A nadie se le había ocurrido tomar a un ciclista como protagonista de un cuadro en Colombia”, algo que sucedió con un ícono popular en ese momento que era el deportista Ramón Hoyos, a quien el artista pintó. Durante su estancia en Nueva York no siempre la tuvo fácil, pasó por presiones económicas fuertes y otros bajones personales, pero en 1961 le llegó una noticia que cambiaría un poco el panorama: el Museo de Arte Moderno de Nueva York (Moma) le compró su Mona Lisa, Age Twelve (1959). Ese logro y esa validación continuó consolidándolo en el plano internacional.

El maestro en su estudio en la Gran Manzana. Foto: Cortesía documental Botero, una mirada íntima a la vida y obra del maestro.

Cumplea Ñ os

El maestro Botero nació en Medellín el 19 de abril de 1932 y este domingo está cumpliendo 88 años. Ya son 72 de carrera artística desde que arrancó a crear. Se ganó su primera mención en el Salón Nacional de Artistas a los 19 años, algo muy raro de ver. “Tiene un gesto de genialidad y precocidad”, dijo el crítico de arte Christian Padilla. Su vida ha transcurrido entre las montañas antioqueñas, Park Avenue, los veranos en la pacífica Pietrasanta, la ciudad de las luces, su estudio en el Quai des Artistes en Mónaco, la colorida México y la ajetreada Bogotá. Es uno de esos artistas que se puede reconocer en cualquier lugar y cuya exploración con los volúmenes se ha hecho parte de su lenguaje artístico.

El maestro en su estudio de París en 1982. Foto: Cortesía

Ó leo

A pesar de que hace escultura, dibujo y acuarela siempre le ha parecido más difícil el óleo. “Muy poca gente puede decir que sabe pintar así. Es una técnica muy compleja, bueno, todo es complicado, pero para mí es más difícil incluso que la escultura, que tiene una sola preocupación: la forma. En cambio en la pintura es el tema, el color, el espacio, el volumen, muchas cosas en las que hay que pensar al mismo tiempo”, contó en una entrevista para este diario publicada en 2012, con motivo del cumpleaños 100 de EL COLOMBIANO.

P edrito a caballo

“Si he hecho una obra maestra en mi vida es ese cuadro, primero que todo porque es muy bien pintado, con mucho sentimiento y con una composición muy esperada. El color también. Yo creo que tiene todas las virtudes”, dijo el maestro sobre este lienzo. En él retrata a su hijo Pedro, de cuatro años, quien murió en un accidente de automóvil mientras conducía su padre. Botero perdió parte de su mano derecha tratando de salvarlo, pero el niño falleció al instante, el mismo día que el pintor cumplía años. Meses después, el artista se encerró en su estudio a recrear a Pedrito e hizo varias pinturas. Entre ellas está “Pedrito a caballo”, en la que se ve al pequeño vestido de bombero, montado en un caballo de madera junto a una casa de muñecas. Diminutos están Botero y su exesposa, Cecilia Zambrano, madre de Pedrito, vestidos de luto, en su dolor infinito, asomados por pequeñas ventanas.

Q uai des Artistes

Traduce el muelle de los artistas y es donde el maestro tiene su estudio en Mónaco, uno de los ejes geográficos de su trabajo y donde también habita de tanto en tanto desde hace más de una década. Después de haber vivido una temporada en París, ha estado muy cerca de la cultura francesa, que allí está latente

Lina y Fernando Botero en el estudio de Mónaco. Foto: Colprensa

R enacimiento

Cuando recién llegó a Italia, Botero y su amigo Ricardo Irragarri alquilaron una motocicleta vespa y se fueron a recorrer algunas ciudades para tener un acercamiento con el arte renacentista. “Allí se encuentra el arte clásico, todo lo que de pronto ha conocido a través de los libros y reproducciones a blanco y negro”, dice Padilla. Esto es importante pues en ese entonces en Colombia no había museos para ir a conocer sobre el renacimiento ni tampoco buenos libros de historia del arte que estuvieran a la mano, solo había libros cuyas ilustraciones estaban a blanco y negro. Así fue que Botero tuvo sus primeras aproximaciones, entonces verlas en persona le dio otro panorama. En Florencia se topa con los enormes frescos renacentistas y “ahí hay un clic”, este arte le atrajo mucho más que el muralismo mexicano. En Italia se puso a estudiar técnicas de fresco y “leyó muchos libros, un lector tremendo”. Tuvo la oportunidad de asistir a conferencias importantes de grandes expertos de Historia del Arte y autores como Bernard Berenson tuvieron un fuerte impacto en él, “planteaba que artistas como Giotto o Piero della Francesca habían sido los primeros en hacer que la pintura se viera tridimensional, porque pintaban generando la sensación del volumen”. Ese concepto se quedó con Botero y ahí empieza su experimentación con este último.

S ophia Vari

No se puede hablar de Botero sin mencionar a la artista, escultora y diseñadora de joyas griega, su esposa desde hace más de 40 años. “La admiro muchísimo como artista y la quiero mucho. Tenemos una relación extraordinaria. El éxito de esto es que ella sea tan adorada, tan querida”, dijo el año pasado en una entrevista para EL COLOMBIANO. El investigador Castaño señala que además son compañeros de búsqueda artística, intelectual y de vida. Creo que mantienen un diálogo creativo muy interesante. En enero de 2012, Sophia le contó a EL COLOMBIANO cómo se conocieron: “Fue la cosa más banal. Yo quisiera encontrar otra forma de decirlo, más divertida. Nos conocimos en una comida. Empezamos a hablar en francés porque yo no sabía ni una palabra en español, lo hablo muy mal, ahora me defiendo. Fue en París, algo muy clásico, una cena con bastante gente, una gran mesa. Yo conocía poquísimo su obra, casi nada. Conocí primero al hombre antes que al gran maestro y luego pasó bastante tiempo porque yo tenía problemas que resolver y él también. Él se divorció y yo también”.

Sophia y su esposo en una foto en su finca de Rionegro, en 2012. Foto: Archivo

U niversal

"La obra de Botero es una a la que se puede acercar cualquiera, aquí y en cualquier parte"​

“La obra de Botero es una a la que se puede acercar cualquiera, aquí y en cualquier parte”, considera Gutiérrez. ¿Y por qué? “Es la sencillez de eso que él llama su lenguaje, de ese modo de pintar: una cosa a la vez muy trabajada y elaborada, pero de fácil abordaje para cualquiera. El arte de Botero es amable para cualquiera”. Ella también lo describe como ligero o liviano, que permite la comunicación con quien lo ve. Para Padilla hay muchos motivos más, como el haber podido crear un sinnúmero de personajes que cohabitan en un universo y ese universo se reconoce en cualquier lugar del planeta, “ha logrado que su universo no esté ligado necesariamente a un espacio geográfico, parece más una condición humana”. Apunta que hay artistas que invierten toda su vida buscando su estilo, pero no lo consiguen consolidar, Botero lo hizo. Además, en cuanto a sus influencias, las recogió de todos lados: de la pintura mexicana, arte precolombino, renacimiento, “fuentes del arte universal”.

Nydia Gutiérrez.

La obra de Botero es una a la que se puede acercar cualquiera, aquí y en cualquier parte

Nydia Gutiérrez.

T orso de mujer

Desde su taller en Pietrasanta esculpió tres esculturas idénticas. Una fue enviada a Los Ángeles, otra a Palm Beach y la tercera llegó a Medellín, donde se le conoció popularmente como “La Gorda de Botero”. Llegó a Colombia con la Flota Mercante Colombiana hasta Cartagena, desde donde fue trasportada por tierra y vigilada por patrullas de la Policía. “Es la primera escultura que tuvo Medellín de Botero. Le hicieron mucha publicidad, se convirtió en un punto de encuentro en el Centro. Desde entonces se convirtió en un referente urbano muy importante, se hicieron toda clase de chistes, hubo toda una mitología popular entorno a la figura. Aún sigue siendo un ícono junto con las otras esculturas de la Plazoleta que lleva su nombre”, señala Santiago Londoño Vélez. La cercanía de las esculturas de Botero con los paisas comenzó con esta “Gorda”, ubicada desde 1986 en la sede del Banco de la República de Medellín, al costado sur del Parque de Berrío.

Aún hoy sigue siendo el referente más conocido de Fernando Botero. Le llaman "La Gorda de Botero". Foto: Jaime Pérez

V olumen

Siempre ha dicho que no pinta gordas sino que hace una exaltación del volumen, sea una naranja, un pájaro, un caballo o un instrumento musical. En sus esculturas, bocetos, dibujos y pinturas creó un estilo basado en “la sensualidad por la forma” y el volumen. En una entrevista exclusiva para este diario en enero del año pasado explicó: “El volumen comunica sensualidad a la forma y uno se siente exaltado por él; por la sensualidad que hay en la ejecución, esa exaltación de la existencia de las cosas, porque, por ejemplo, si yo pinto una manzana o una fruta y la hago más volumétrica es ‘más manzana’”.

Santa Rosa de Lima hizo parte de la exposición Zoom latinoamericano del Museo Nacional de Colombia en 2011. Foto: Colprensa / Cortesía Museo Nacional de Colombia

W ashington

Su primera exposición en solitario fue en la galería de Leo Matiz en Bogotá, aunque en Antioquia ya había participado de exposiciones conjuntas. Con respecto a Estados Unidos se le relaciona mucho con Nueva York, donde vivió y reposan algunas de sus obras en el Museo de Arte Moderno de esa ciudad, pero fue en Washington que estrenó su primera exposición en ese país en 1957, patrocinado por la Pan-American Union. En 1966 realizó su primera muestra europea en Alemania y poco a poco iría expandiéndose por el mundo. Este país europeo fue también fundamental. En 2012 lo explicó así: “Mi vida fue antes de Alemania y después de Alemania. Yo tenía que vender mis cuadros y en Nueva York no tenía galerías. Los coleccionistas que me conocían me llamaban y me decían que si podían venir a mi estudio, y así era, venían y compraban y yo mismo les vendía. En cambio después de ese éxito nunca más vendí un cuadro a una persona”. En 2015, 150 de sus creaciones visitaron Shanghai.

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A México también supo combinarlo entre su obra. Luego de vivir un tiempo en Italia y regresar otro rato a Colombia, en los 50 partió a Ciudad de México, “una de las ciudades más abiertas al acontecer internacional del arte, a pesar de ser de las más importantes en corrientes nacionalistas”, expresa Gutiérrez. Inicialmente le llama la atención el muralismo mexicano, pero buscó más allá y se encontró con “la fuerza de lo propio como tradición”. Buscó aprender de otros movimientos más recientes que el muralismo, “no quería seguir con la misma idea indigenista”. Así que lo que hizo fue adoptar la riqueza y abundancia de colores que exhibe un país como México, “el color de la plaza de mercado, porque con el color puede hablar de los orígenes” y lo une, además, con inspiraciones de lo precolombino.

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Botero es una persona tímida. Dice Santiago Londoño Vélez que le cuesta dar un discurso, los lee en inglés, italiano y español. “Botero no tuvo ninguna educación formal distinta al bachillerato, que escasamente pasó”. Es un autodidacta erudito, “sobre todo en la historia del arte y la cultura de Occidente. Se conoce todos los museos del mundo y se dedicó a estudiar los periodos de la pintura. Es también extremadamente modesto con su conocimiento, en el mundo pocas personas saben las técnicas pictóricas que usa Botero, las del Renacimiento italiano: la pintura por capas, la preparación de los lienzos, los aceites y colores, toda la cocina del pintor. La gente no conoce ese yo sino las gordas, lo mediático”. En la entrevista a este medio en 2012, su esposa Sophia Vari lo describió así: “Cuando entro en su estudio me asombro por su inmenso conocimiento del arte, sabe tanto, sabe tanta técnica. Y no hablo de su estilo, del mundo que ha hecho, sino de la técnica, la manera en que la hace, el respeto que tiene por el gran arte. Con los años que tiene siempre está en función de hacer las cosas mejor. Siempre está estudiando, pensando, mirando para hacer las cosas cada vez mejor”.

Museo de Z ea

El Museo y Biblioteca de Zea nació en 1881 bajo el nombre de Francisco Antonio Zea, quien hizo parte de las luchas independentistas, aunque realmente abrió el 20 de julio del año siguiente. Durante los 30 padeció un periodo de deterioro y en 1946 volvió a echar a andar. En 1977 se planteó cambiar su nombre a Museo de Arte de Medellín Francisco Antonio Zea y en 1979 a Museo de Antioquia, una idea que contó con el apoyo de Fernando Botero, quien durante esa época donó obras en 1974 y 1976. Hubo un tira y afloje por ese cambio de nombre, aunque la Gobernación de Antioquia dio visto bueno, el político Germán Zea Hernández, quien pertenecía al Ministerio de Gobierno, se opuso totalmente. La disputa se prolongó un par de años hasta que en el 82 el cambio fue aprobado por el Tribunal Administrativo de Antioquia. Botero dio otra donación al Museo en 1984 y continuó apoyando la institución. Para el Museo de Antioquia, Fernando Botero es su más grande mecenas y para Botero “el Museo es un afecto”, apunta Gutiérrez. “Es increíblemente generoso y respetuoso. Él no se inmiscuye y yo creo que son gestos que hablan de esa doble condición: un hombre tremendamente cosmopolita, pero afectivamente pegado a sus raíces”.

En la Plaza de Botero, muy cerca al Museo, se encuentran 23 esculturas monumentales. Fotos: Manuel Saldarriaga

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